Una de las frases que más me gusta repetir, y alguna vez la han citado otros es que "El peor enemigo de un mal producto es una buena campaña de publicidad". Básicamente, porque cuanto más comunicas más se sabe, y cuanta más gente te pruebe, si la experiencia es mala, peor.
Luego estaría el "efecto bumerang" cuando tus propias palabras se vuelven contra ti, y el cliente reacciona airado al sentirse engañado.
Aún así, las campaña de imagen o las promociones para contrarrestar los fallos puntuales siempre han sido necesarias y útiles. Algunas marcas lo han hecho con gracia, cuando el producto defrauda y tienen que reconocerlo y rectificar, como aquel caso que conté de Donuts, y otras lo hacen con el viejo truco de regalar algo, como ha hecho Starbucks recientemente lanzando una promoción para los lunes justo, qué casualidad, después de la crisis de reputación por el asunto de los impuestos en UK.
Pero en ambos casos, las marcas han tratado de rectificar lo que son, el producto o su actividad. No se han limitado a vestir de seda a la mona. Porque, por muy buena que sea una campaña de publicidad, nunca es suficiente si lo que falla es lo que eres.
Porque la publicidad y la buena comunicación puede mejorar la percepción que se tiene de ti, pero no hacer milagros. En el Marketing, la P de Publicidad es sólo una de las cuatro y la principal es la P de Producto.
Ahora, que todos los sondeos demuestran un descontento general de los ciudadanos con sus políticos, el Gobierno propone al resto de partidos políticos una gran campaña, "casi social media" como veremos, en forma de Ley de Transparencia. Pero, mucho me temo que se quedarán en monas.
Porque lo que falla es el producto, no sólo la comunicación. Y lo malo es que es un producto que en realidad tiene demanda. Curiosamente, los expertos nos cuentan que frente al rechazo hacia nuestros representantes, en realidad tenemos más interés que nunca por la política. Según el catedrático de Ciencia Política José Ramón Montero, citado en un artículo de El PAIS:
"Esa desafección provoca la no participación en el sistema “porque se piensa que está todo amañado y que por mucho que se intente no se va a conseguir nada”. Pero a la vez en España se están registrando, como señala también el CIS, niveles de interés por la política muy elevados, de más del 25%, propios, según Montero “de países comunistas”. “Y los ciudadanos, enfadados, empiezan a querer participar en las decisiones políticas y se desencadena una ola de protestas intensísima”, indica el catedrático."
Así que si el público no compra, no es porque no quiera, es porque no se fía. ¿Y qué solución proponen? También explica El País:
"Soraya Sáenz de Santamaría, ha encargado al director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (CEPC), Benigno Pendás, el diseño de una estrategia con la que intentar lavar la imagen de los políticos, reconciliar a los ciudadanos con la clase política y frenar ese sentimiento de desconfianza en las instituciones."
¿Lavar la imagen? Yo creo que no es un problema de imagen, y probablemente las solución que estudian sea peor para ellos de lo que esperan. Porque los políticos, los que nos quieren vender su sistema claramente defectuoso, han pensado que todo se trata de la nueva realidad social, o "dos punto cero", y que lo que quiere la gente es participar y conocer las cosas directamente, como si fuera en Twitter. Y así el Gobierno planea dar voz a los ciudadanos a través de las asociaciones o colectivos para que "expongan, 'con luz y taquígrafos' su punto de vista sobre las normativas que más les afecten, de manera que esta participación forme parte 'con naturalidad' de la tramitación legislativa" en reuniones entre los diputados y senadores, y sus electores."
Que los políticos escuchen a los ciudadanos, a los electores, a los que les votan y a los que no, no me parece mal, por supuesto. En algunos ayuntamientos, como el de Madrid, hace años que los concejales se reúnen con los vecinos en comités periódicos para explicar y recibir opiniones y sugerencias. Pero está claro, que esto no es un problema de escuchar solamente.
Eso es el chocolate del loro, y el error propio de la burbuja en la que vivimos, donde todos podemos hablar, opinar, y discutir libremente, pero los que deciden, hacen y deshacen a su antojo. No es que como dice el sr. Montero pensemos "que está todo amañado". Es que lo sabemos por lo que vemos cada día en las noticias. ¿Ellos no?Mucho me temo que esas reuniones seguirán siendo papel mojado. Maniobras de distracción. Entretenimientos varios. Porque lo que de verdad necesitamos no es una Ley de Transparencia, sino una Ley de Honradez. En España, entre los periodistas y las redes sociales, las cosas se acaban conociendo. Saberlas, las sabemos todos. Pero al final, no pasa nada. Y si pasa, se le indulta. Veremos, con luz y taquígrafos, una nueva Ley, pero como todas las demás, veremos también cómo se incumple o se utiliza de excusa.
Viñeta de JRMora.com
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