Había una vez un escritor que quería saber si las máquinas podrían sustituirle. O, por lo menos, si la famosa AI Generativa podría ayudarle a superar el síndrome del papel en blanco. Así que abrió su cuenta de Copilot de Microsoft, basada en la herramienta ChatGPT de Open AI y le preguntó, como aquella reina mala a su espejito, espejito...
"Escribe un cuento sobre una niña de 7 años en el año 2030 cuando ya se ha logrado la igualdad de género. Añade algún componente que tenga que ver con la fantasía o la magia. Tiene que transcurrir en España. La extensión será 700 palabras. Decide tú si el final es feliz o no".
Y en unos pocos segundos, esto fue lo que pasó:
La magia de Lucía
Lucía era una niña de 7 años que vivía en España, en el año 2030. Era una época en la que se había logrado la igualdad de género, y las niñas podían hacer lo mismo que los niños, sin que nadie las discriminara ni las limitara.
Lucía era muy feliz, porque le gustaba aprender cosas nuevas, jugar con sus amigos, y soñar con el futuro. Pero Lucía tenía un secreto: ella podía hacer magia. Desde que era pequeña, había descubierto que podía mover objetos con la mente, cambiar de forma, y hablar con los animales. No sabía cómo ni por qué, pero le encantaba usar sus poderes para divertirse y ayudar a los demás. Sin embargo, tenía que tener cuidado, porque no quería que nadie se enterara de su don. Sabía que la magia era algo muy especial, y que no todo el mundo la entendería ni la aceptaría.
Un día, Lucía estaba en el colegio, en la clase de ciencias. La profesora les estaba explicando el ciclo del agua, y les había puesto un vídeo en el que se veía cómo se formaban las nubes, la lluvia, y los arcoíris. Lucía estaba fascinada, y se imaginaba que podía volar entre las nubes, y tocar los colores del arcoíris. Sin darse cuenta, empezó a mover la mano, como si tuviera una varita mágica, y murmuró unas palabras en un idioma inventado.
De repente, el vídeo se detuvo, y la pantalla se llenó de destellos. Todos los niños se quedaron boquiabiertos, y la profesora se levantó, sorprendida. Lucía se asustó, y se dio cuenta de que había sido ella la causante de aquel fenómeno. Rápidamente, trató de deshacer lo que había hecho, y volvió a mover la mano, diciendo otras palabras. El vídeo se reanudó, y la pantalla volvió a la normalidad. Lucía suspiró, aliviada, y esperó que nadie la hubiera visto. Pero no tuvo tanta suerte. Uno de sus compañeros, Pablo, se había fijado en ella, y se había dado cuenta de que había usado magia. Pablo era un niño muy curioso, y le gustaba investigar todo lo que le llamaba la atención. Así que, cuando terminó la clase, se acercó a Lucía, y le preguntó:
—Oye, Lucía, ¿qué has hecho antes con la pantalla? ¿Cómo has conseguido que se llenara de luces?
Lucía se puso nerviosa, y trató de disimular.
—No sé de qué me hablas, Pablo. Yo no he hecho nada. Ha sido un fallo técnico, seguro.
—No me mientas, Lucía. Te he visto mover la mano, y decir unas palabras raras. Parecía que estabas haciendo magia.
—¿Magia? ¿Qué dices? Eso no existe, Pablo. Es cosa de cuentos y películas.
—Pues a mí me ha parecido muy real. Y me gustaría saber más. ¿Me puedes enseñar cómo lo haces?
Lucía se quedó sin saber qué decir. Por un lado, le gustaba Pablo, y le apetecía tener un amigo con el que compartir su secreto. Pero por otro lado, le daba miedo que Pablo se lo contara a alguien más, y que la gente la tratara diferente por ser mágica. Así que, después de pensarlo un momento, le dijo:
—Lo siento, Pablo, pero no puedo. Es algo muy personal, y prefiero guardarlo para mí. Por favor, no se lo digas a nadie. Te lo pido por favor.
Pablo se sintió decepcionado, y un poco ofendido. No entendía por qué Lucía no quería confiar en él, ni compartir su magia con él. Pensó que era muy egoísta, y que no era una buena amiga. Así que, enfadado, le dijo:
—Está bien, Lucía, como quieras. Pero que sepas que me has defraudado. Pensaba que éramos amigos, pero veo que no. Y que sepas que no voy a guardar tu secreto. Se lo voy a contar a todo el mundo, para que vean lo rara que eres.
Y dicho esto, se alejó de ella, dejándola sola y triste. Lucía se sintió muy mal, y se arrepintió de haber rechazado a Pablo. Se dio cuenta de que había sido muy dura con él, y que quizás se había equivocado. Tal vez Pablo solo quería ser su amigo, y aprender de su magia. Tal vez podían haberse divertido juntos, y haberse ayudado mutuamente. Pero ahora era demasiado tarde. Pablo estaba enfadado con ella, y había amenazado con revelar su secreto. Lucía temía que eso pasara, y que todo el mundo la mirara con miedo, o con burla. No quería perder a sus amigos, ni a su familia, ni a su profesora. No quería que la magia le causara problemas.
Así que, decidida a evitarlo, Lucía salió corriendo del colegio, y se dirigió a su casa. Allí, cogió su mochila, y metió dentro algunas cosas que le parecieron importantes: su diario, su peluche favorito, su libro de cuentos, y su varita mágica. Luego, escribió una nota para sus padres, en la que les decía que los quería mucho, pero que tenía que irse, porque tenía algo muy especial que hacer. Y después, salió de nuevo a la calle, y se subió a su bicicleta.
Lucía pedaleó durante un rato, hasta que llegó a las afueras de la ciudad. Allí, buscó un lugar tranquilo y bonito, donde pudiera estar a solas con su magia. Encontró un campo lleno de flores, con un árbol grande y frondoso, y un arroyo que cantaba. Lucía se bajó de la bicicleta, y se acercó al árbol. Se sentó bajo su sombra, y sacó su varita mágica. Entonces, miró al cielo, y dijo:
—Querida magia, sé que eres parte de mí, y que me has dado muchos momentos felices. Pero también sé que eres un problema, y que no puedo seguir viviendo así. No quiero que nadie sepa que soy mágica, ni que me traten diferente por eso. Quiero ser una niña normal, como las demás. Así que, por favor, te pido que me quites este don, y que me dejes vivir en paz.
Y al decir esto, Lucía sintió una extraña sensación en su cuerpo. Como si algo se desprendiera de ella, y se elevara al aire. Vio una luz brillante, que salía de su varita, y se dirigía al cielo. Era su magia, que se alejaba de ella, para siempre. Lucía se quedó mirando, con una mezcla de tristeza y alivio. Había perdido su magia, pero había ganado su libertad.
Lucía guardó su varita en su mochila, y se levantó. Se montó en su bicicleta, y se dispuso a volver a su casa. Pensó en sus padres, y en cómo les explicaría lo que había hecho. Pensó en sus amigos, y en cómo seguiría jugando con ellos. Pensó en Pablo, y en cómo le pediría perdón, y le diría que ya no era mágica.
Pensó en su futuro, y en cómo sería su vida sin magia. Y mientras pensaba, Lucía sonrió. Porque sabía que, aunque hubiera renunciado a su don, no había renunciado a su sueño. Seguía siendo una niña feliz, que le gustaba aprender cosas nuevas, jugar con sus amigos, y soñar con el futuro. Y sabía que, aunque no tuviera magia, tenía algo mucho más importante: tenía amor.
FIN
¿Os ha gustado el cuento? Tal vez hayáis echado en falta unas imágenes que ilustren la historia, como toda la vida... así que también se lo pidió a su espejito mágico, y este respondió:
Espero que te haya gustado el cuento. Aquí tienes una imagen que ilustra al personaje de Lucía:
Pero, como eso era muy fácil, le pidió que lo definiera algo más: Haz una imagen horizontal del momento en que la niña hace magia en el cuento... y la magia se hizo, aunque en formato cuadrado:
A modo de club de lectura...
La moraleja del cuento es que la Inteligencia Artificial puede perfectamente sustituirnos a la hora de escribir un cuento o un ensayo. Va a depender de dos cosas:
- lo original que sea quien escribe las órdenes, porque cuanto más afine en el detalle y más original sea lo que quiere, así lo será el resultado...
- y de la capacidad crítica y gusto del lector, muchos de los cuales, no se enterarán jamás de si lo escribió un humano o su máquina.
En cuanto a los sesgos, es curioso que aunque le haya pedido una historia del futuro cercano, no ha tenido en cuenta las críticas al amor romántico ni dudado en que para Lucía, el amor estaría en Pablo. O que, si es una niña de cuento, vestiría de princesita. Sobre sus rasgos étnicos, salvo una algo orientalizada, imagina a la pequeña española rubia y con melena.
Aún queda mucho por desarrollar en esta tecnología, pero desde luego promete (no sé si bueno o malo, pero promete).
Y más allá de la ficción, la realidad es tan aplastante, que según Xataka se están publicando tantos libros escritos por IA que Amazon ha tomado la decisión de limitar la autopublicación.
Y colorín, colorado, este cuento no se ha terminado.
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